domingo, 20 de abril de 2008

La noche del tiempo

Amargado, como si hubiera comido una lata de café instantáneo, salí a dar tumbos por el centro de Lima. Sí, es cierto, no debí olvidar aquellas cosas que habí aquedado en hacer con S., mucho menos, decir que no tenía cosas importantes que hacer, justo antes de decirle: “¿ya te vas?”. Fue un error, lo sé.

Por eso lo tuve que enmendar. S. y yo nos fuimos a ver ropa para su primo que cumplía años al día siguiente. Yo no podía concentrarme dentro de la gran matrix de Traga-Falobella, recordé antiguas náuseas. Pero igual la tuve que esperar. Trataba de no parecer tan normal, y me esforcé. Me escondía detrás de cada maniquí que veía para tener diferentes ángulos de ella comprando. Todos aquellos ángulos eran escalofriantes, aterradores, ella era del tipo nato de compradora. Pensé en las leyes de la evolución, en los hombres cazadores, que cazan lo que haya, y en las mujeres recolectoras, que seleccionan cuidadosamente los frutos que llevarían a la mesa del clan. Ella analizaba cuidadosamente qué debería comprar. Yo seguía paseando entre maniquíes, espiándola, dibujando ochos con un pie, chequeando los precios.

Su tranquilidad no era que me aturdiera, por el contrario, me comunicaba a mí paz, muy necesaria cuando se me acumulan las torturas en el pecho, como ese momento. No pude evitarlo y antes de que me pidiera mi opinión sobre lo que le compraría a su primo corrí a abrazarla. No, no hables, por favor. Ahora solo quiero saber que ese calor, ese latido, ese aliento que humedece mi cuello es tuyo, que es el latido que le da ritmo al mío, que puedo contar con alguien si la luz se apaga, alguien con quien me puedo echar a contar las estrellas con el sonido de las olas inunda el silencio. Y ahora, entre tantas luce y anuncios, solo el beso que puede arrullar en medio de una tormenta. Ya sé que soy huachafo, menos mal que no me lo has dicho aún.

Después de comprar, sentí que tenía que ver a los amigos de siempre. Aquí sí, tendré que embarcarla a su casa. Pero la acompaño hasta cierto punto de la ciudad. Ya, en la Canadá bajamos y que tome su combi hacia La Molina. Tenía que ir se descansar, la noté algo afligida por mi mal comportamiento, pero también preocupada por mi estado endeble, por mi espíritu de mártir, por mi sonrisa colgando de una cuerda floja suspendida entre rascacielos de papel. El celular suena y hablo mientras camino por la avenida, luchando contra el anulador ruido de los carros y los gritos destemplados de los cobradores, que saturan el aire y no me dejan oír bien si mis amigos me esperarán en el Que-ignoro o si harán hora hasta que llegue en la Plaza San Martín.

Cruzar el centro ya se hizo infernal, no vale la pena ni siquiera una romántica caminata para apreciar lo sórdido de esa gran vitrina de la peruanidad. Parece que alguien le tira constantemente piedras, y muele hasta el último panel de vidrio haciéndolo volar por los aires como gritos, smog, máquinas chirriantes y policías sebosos.

Encontré a mis amigos en Huancavelica y caminado hacia la plaza. Uno de ellos, el más redondo, blanco y callado, dijo que había ascendido y que quería celebrar. Chucha, pensé, vamos a ir a lo de las putas, pero su celebración no era como lo pude sospechar. Algo tranquilo. Alguien propuso gasolina y pichicatear un rato, otro por ahí propuso chelas y culos chorreados de cualquier hueco hediondo de los que rodean la plaza. Interesantes propuestas, señores, dije, pero será mejor que nos encerremos en un huarique donde abunde la música wave, indie, alternativo, art rock y glam, pasando por punk, classic rock, y full mariconada. Vete a la mierda, Ignacio, me dijeron. Ya pues, vamos para allá. Irás solo, nosotros iremos al Que-ignoro.

Todos ahí, de algún modo u otro, tienen ganas de celebrar por algo, pero algo me devuelve a mi oasis cálido de latidos y suspiros, también de compras y consumo, creo que esa es la parte del oasis donde habita un caimán. Pero igual me da luz y eso es lo que importa. Palmas, compañeros, palmas. Caminamos y hablamos sobre cualquier cosa. Tenerla a ella siempre presente en mi mente basta por esta noche, hasta que empiece a nadar en pisco y las cosas se trastoquen de una forma singular.

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