miércoles, 23 de abril de 2008

T menos siete

Hoy abrí mi lonchera y me di cuenta de dos cosas. La primera, que mi amá me está poniendo menos comida que antes, por explícito pedido mío, que no quiere adormilarse en medio de la jornada laboral por el sueñecito tibio que fue efervesciente desde las tripas a las tres de la tarde. La segunda: que quizás estas sean las últimas veces que coma comida casera, o sea, comida de verdad. Oh sorpresa: Faltan siete días para la mudanza.

A partir del dos de mayo seré un animal de jaula propia, una especia de Travis mezclado con Niño Goyito... ¡Mierda!... qué tal molotov. La casa está esperándome para que esté domingo, domingo, domingo vaya a darle su limpiadita: una trapeadita, una enceradita y voilà... Reo ya tiene su casa.

Llamé a una amiga de los tiempo de la inocencia muerta, o sea, del colegio, que va a ser vecina mía y le pregunté como es la zona. Me dijo que no había problemas con la waka que está ahí al costalillo, porque hay guardia permanente, que por ahí viven unos amigos suyos, etcétera. Algunas respuestas suyas no me dejaron muy tranquilo. Le arranqué una promesa de invitación de desayuno para un domingo de estos... eso creo.

Y una neblina extraña y estreñida se posa sobre la avenida Tingo María, como si no fuera suficiente el hecho de estar ahí y haber visto la calle luna y sol a las dos a eme, a las tres pe eme, a las ocho de la noche, a las siete de la mañana, a todas horas y de todos los colores. No me falta ni una estación ahí, pero llega la hora de partir, de casa y de local de labores. Todo en uno, un combo completo, como para compensar tanta monsedad de los últimos meses.

Mejor no menciono el hecho de que no tendré internet... Nunca terminaré de destetarme. Cortaré por lo sano, es mejor, con tijera oxidada, pa que se infecte.


Por suerte, tengo una mujer que me apoya... A ella, esta canción, je, je, je.

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