sábado, 19 de abril de 2008

Lonche en el parque


¿Sabes? Me parece recordar que era muy común que corriéramos a alguna panadería para comprar algunos panes y algún embutido telúrico y engañar al estómago con ese simulacro de lonche acompañado de algún líquido no transparente. Entiéndase por esto leche, jugo de naranja, yogur o cualquier otra cosa que baje sin macerar dentro de las tripas (es más: la leche te arranca hasta las tenias). Esa práctica tan difundida no la compartí yo con ningún compañero de universidad, o quizás con uno y otro. Más la compartí con los muchachos, sí, ya te los presenté a todos. Bueno, faltaría dos… pero no creo que los quieras conocer.

Pero todos ellos son de Letras, la casa adoptiva, el mar donde van a morir todos los ríos. Disculpa las frases huachafas. A veces no las puedo evitar. Con ellos conocí esta ceremonia, incompleta siempre que no hubiera un buen tema del cual charlar por horas, hasta agotar el litro de leche, el galón de jugo, hasta que hiciera frío o dieran las doce de la noche. Lo primero que llegara.

Pero ya desde hace mucho que no soy universitario, y veo muy nebuloso el camino como para volver a las viejas andadas. Y aun así volviera, ya no sería lo mismo, pues con nadie dentro de ese nido de ratas he creado camaradería como para darme los lujos de caminar sin destino o ir a tirarle piedras al mar cuando el sol asomara somnoliento debajo de la nube de contaminación. Volver a la universidad no será para mí ningún motivo de nostalgia. Por el contrario, será un motivo de permanente angustia.

Pese a que tomé la decisión de vivir cerca de la universidad para intentar economizar en pasajes. Aunque esa decisión también fue tomada porque estaba cerca de mi trabajo. Mas mi trabajo se muda otra vez al centro, y lo que gano en felicidad de volver a la infernal calle Azángaro, lo pierdo al saber que mi pasaje se incremente en un 100%. Gajes no del oficio, sino de la vida. Por favor, pásame ese pan árabe.

No importa, esas cosas se pueden superar. Se pueden superar fácilmente, sin ponerse muy sabrosos pensando en que uno dentro de poquísimos años ya bordeará los treinta y que ya no se es el mismo mocoso de hace ocho años. Por cierto, hace dos días que se cumplieron ocho años exactos de mi primer día de clases en la universidad. No, no soy un rezagado de mi clase, el monse que no patereó con los profes para aprobar. No. Soy el que pateó el tablero, mandó a la mierda esa carrera originaria de ese lugar y se fue a condenar su alma en aras de la literatura. A la que, me avergüenza confesarlo, le estoy fallando mucho. Invítame un poquito de chocolatada.

Volver es simplemente una jugada estratégica, y porque la vida a uno le enseña a tragar mucha basura sin masticar.

Sí pues, hace tiempo que no comparto más que unas cuantas palabras entrecortadas con los muchachos, y nada más. Y contigo sería lo mismo si no fuera por estas escapadas que de vez en cuando nos podemos dar, en el poco tiempo que a mí y a ti nos queda. No, no creo que sea una pena, simplemente es algo circunstancial. Lo realmente provechoso de todo esto es el tiempo que conversaremos de nosotros mismos, total, sobre eso se dice que se construye algo, por más que ahora tenga más ganas de destruir… sí, no me volvieron a pagar. Tengo serios motivos para no volver a poner un lugar fuera de mi cuarto. Sí, ese también es un motivo, pero hay otros más urgentes. Ya te dije, ese también es importante para mí, porque es algo muy especial que me comprometí a darte.

Lo importante de esta vez es que tú estás más atenta a los detalles que a mí se me escapan sobre todo por apatía. Sí pues, apatía de no querer vivir. No me mal interpretes… es algo que no quisiera explicar ahora. Es solo preocupación y tú lo sabes. Una de esas veces que me abstraigo y no veo, por ejemplo, un cartel de una habitación en Pando III donde se ofrece hasta baño propio, ¿puedes creerlo? Bueno, bueno, ¿quieres ir a verlo? Vamos pues.

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