lunes, 31 de marzo de 2008

Antes del supermercado

Siempre supe que el invierno sin ti sería más frío, la soledad menos interesante, pero no por eso menos hermosa. Ahora comprendo cosas que no sé si serán necesarias que las entienda ahora. De estar en tu casa extrañaré pocas cosas para mí. Quizás la que más extrañe será la de sentarme en una vieja perezosa sobre la azotea para observar cómo avanzaba el cielo, cómo se pintaban de colores las nubes, y cómo siempre volvían al eterno gris de Lima. ¿Te comenté que el cielo siempre ha sido gris, no? Quizás no lo sepas porque jamás he visto que hayas mirado al cielo o hayas querido pensar más allá de un dolor de espalda.

Ah, sí que arrecia el frío.

He cerrado la puerta e iré a pasar a ver si un poco de aire fresco me quita esta sensación de oxidación. No puedes abandonarte así, me dijeron, no puedes tirarte sobre la cama simplemente a querer que las cosas pasen. No seas cobarde, no seas huevón, no seas, no seas, no seas. Ya me cansé de no ser y también de ser. Estoy cerrado al público hasta nuevo aviso: salí a almorzar, regreso al a las cuatro de la tarde de cualquier otro día. Así que no se molesten en tocar la puerta. Caminar siempre me ha hecho bien.

* * *


La avenida está siendo reconstruida, mejorarán el malecón porque hacía más de treinta años que no había refacciones en él. Antes de que las hubiera muchos de los vecinos se habían quejado de los grandes huecos del asfalto y que la alameda se llenaba de fumones que daban mal aspecto al barrio. Sin mencionar los artistas locos que iban a calmar sus penas mirando el mar. Entre ellos ese que ha venido exageradamente abrigado, aquel que no deja de mirar hacia el mar, como si contara a las aves que vuelan sobre él, sobre las rocas que están al pie del acantilado. Dicen que la puesta del sol aquí siempre ha sido muy hermosa. Debe ser así. Lo que sí es verdad es que los fumones, como eran del barrio, no molestaban a los que vivían por aquí. Pero ahora todo está hecho un campo de golf y los tipos han tenido que mudarse, dicen que al pie del acantilado, el artista loco que siempre mira hacia el mar sonriendo pensando en Ribeyro y distorsionando su obra en su mente… “serían como la higuerilla”.

Piensa en alguien, cubierto así como está con ese viejo gabán, quizás busca rastros de un calor que ya no tendrá más. No ha dejado de fumar en toda la tarde. Ha mirado fijamente al mar. Está escarbando en su memoria, trayendo viejos recuerdos empolvados. Se nota, se nota desde aquí. Muy pocas veces se ha visto un rostro más lejano que ese, como si fuera un forastero en el mismo lugar de siempre, anclado en un tiempo distinto al suyo; su mirada se sigue el vaivén de las olas; las gaviotas han volado en círculos hasta que se fueron, con el sol.

* * *


Me he quedado dormida en el bus y he llegado hasta el mar. Eso no estaría tan malo de no ser porque soy demasiado nerviosa, y me delato de inmediato como nueva en un lugar. Cuando bajé asustada, di muchas pistas de que no tenía ni la más remota idea del lugar donde estaba. Repasé: sigo en la ciudad, en una zona que no conozco y muy cerca al mar, de hecho, estoy a su lado. Sé que sigo en la ciudad por los letreros de obras de la municipalidad. Por eso no me preocupo mucho. Ya es de noche y las luces naranjas hacen que la oscuridad contraste más con las superficies donde la luz refleja. Hay mucha gente en ese parque pero no debo parecer que no soy de aquí. Es extraña esta sensación de despertar y saber que está una perdida en medio de un lugar que no ha visto jamás. Pero si el bus que me sacaba de la casa de Pedro e iba hasta la mía pasa por aquí, de regreso debe pasar por los mismo lugares, así que será cuestión de esperar.

Muy discretamente miro el celular y veo que es ya casi las diez de la noche. Así que tendré que llamar a casa, pero no sé donde hay un teléfono cerca. Aquí en estos parques hay unos teléfonos públicos que no se ven muy bien. Si me acerco sabrán que ando más que perdida y si hay ladrones cerca me van a seguir hasta quitarme… qué traigo de valor, ah, sí: el celular. Caminaré como quien se va a ver el mar. El malecón no se ve muy bien, pero tendré que seguir por aquí…

Todo por ir a la casa de Pedro. Me he tomado muchas molestias por él, pero no he podido evitarlo. Daría lo que sea por un pucho… No he podido evitarlo. Está haciendo algo de frío, necesito encontrar un teléfono cerca, ya pasó, tengo que superar esto. Hay una persona ahí que está mirando hacia el mar, aunque hace ya un buen rato que no hay qué mirar. Quizás esté viendo como la luz de la luna se refleja sobre la superficie del agua.

–Disculpa…
–¿Ah…?
–Sí… perdona… me podrás decir dónde hay un teléfono cerca.
–Quizás ahí, mira.
–¿Ahí?
–Sí, esa es una bodega que también es locutorio.
–Ajá.
–Vas y ya, es el más seguro que hay.
–Ya… pero esos tipos de ahí… ¿no son peligrosos?
–¿Qué?, ¿ellos?
–Sí.
–Parecen, pero no te van a hacer nada.
–No creo que sean confiables.
–Ah…
–¿Te puedo pedir algo…?
–Ah…
–¿Qué?
–Nada… que me parece que me vas a pedir.
–Oye, sorry, no te quería molestar, es que tengo que llamar para avisar que llego tarde porque me quedado dormida en el carro y…
–Está bien.
–¿Perdón?
–Te acompaño.
–O.K. Gracias.
–Así que no eres de por acá.
–¿Cómo sabes?
–Tranquila… Acababas de decir que te habías quedado dormida.
–¿Y?
–Y supongo que en el bus con el que te pasaste hasta aquí.
–Ah, eres bastante rápido.
–¿Te parece?
–Digo, rápido con la mente.
–Ah… o sea…
–Que tienes agilidad mental.
–Ah ya…
–No quise…
–Despreocúpate.
–Sí, bueno, ya llegamos, gracias.
–¿Quieres que te espere aquí?
–No es necesario.
–Como digas…
–Aunque… Si voy a tener que pasar de nuevo por ahí…
–Entonces te espero.
–Oye, por cierto: soy Rosa.
–Hernán, mucho gusto.

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