sábado, 29 de marzo de 2008

Esperando en el supermercado

La cajera le preguntó si quería donar tres centavos a la caridad y él dijo que no. Bueno, respondió ella y le entregó sus bolsas.

Caminaba distraído, mirando las vitrinas llenas de colores chirriantes. En la puerta del baño lo esperaban. Él la vio que jugaba a contar los azulejos de la pared y se le acercó para darle un beso, calmado, medido, apaciguado, mientras que en los parlantes anunciaban alguna oferta de tubérculos. Mira, podemos ir a comer a una de esas mesas afuera del supermercado. Usualmente hay mucha bulla fuera: niños en los juegos, gente comiendo, clientes esperando taxis. Ahora solo hay un muchacho, y al parecer espera a alguien, pues mira constantemente su reloj. Él lo vio y agudizó su mirada; ella pensó que era porque había olvidado los anteojos en casa. No es nada, dijo él, es solo que me parece extraño que haya un silencio así en este lugar.

Hace algunas semanas que se habían iniciado las obras de construcción de una nueva pista en esa avenida, la que iba frente al supermercado. Eso había desviado el tráfico incesante de ahí y había hecho que una extraña quietud se adueñara del lugar. Ellos vivían cerca, pero no solían ir muy seguido a aquel supermercado, por eso les resultó extraña tanta calma. Yo creo que las ventas caerán si esto dura demasiado, dijo él con un aire de aparente preocupación. Ella abrió la bolsa y sacó el pan, las lonjas de jamón del país, y preparó tres sándwiches. Él seguía hablando de cómo le ha impresionado los cambios que hubo en Lima en los últimos años. Ella sonreía, casi como anticipando sus palabras.

Come, dijo, y él estiró el brazo para sacar de la bolsa una lata de refresco.

El muchacho miró una vez más su reloj y pensó que él tenía la culpa por haber llegado tarde. El tránsito, se dijo, la ciudad está imposible. Insólito lugar; movía los pies mientras tenía cruzadas las piernas y se recostaba sobre la mesa que tenía detrás. Pero aún estaba a tiempo. Un señor de barba y gorra llegaba llevando del brazo a un niño, el muchacho seguía mirando su reloj.

Se escuchó una breve risa de una mujer joven que salía del supermercado, él miró pero no era quien esperaba. La mujer salía del brazo de alguien más, con unas bolsas. Él le hablaba algo que le llamaba la atención; de vez en cuando sonreía por las ocurrencias de él y se sentaron frente a él. Seguían conversando y él señalaba hacia la avenida. El muchacho miró otra vez su reloj, sabía que había llegado tarde, pero ella aún estaba dentro del supermercado, quizás su turno aún no terminaba. Lo que lo preocupaba era la forma de cómo saldrían de ahí a tiempo para ir al cine. Las obras que habían empezado hacían unos meses habían desviado el tránsito algunas cuadras, así que era más difícil tomar un bus ahí cerca. Sin embargo no tenía alternativa.

El viento empezó a correr y él no pudo evitar mirar su reloj otra vez. La tardanza en este caso jugaba a su favor, porque acortó el tiempo de espera. Pero por qué me habría citado tan temprano, se preguntaba, quizás para ver si cumplía con mi palabra de llegar a esa hora. No, no podía ser, entonces le he fallado, quizás cuando salga me dé cualquier excusa para ya no salir juntos: me dirá que se siente muy cansada, que ha sido un día agotador y que sería mejor que le dejara ir a dormir. Ella pudo haber salido a las ocho, cuando se citaron, para comprobar que él estaba ahí, al no verlo, pensaría que él no la tomaba en serio, y tampoco tomaba en serio su palabra. Vio otra vez y la mujer tomaba de las manos al tipo que lo acompañó y le sonreía discretamente, sin la menor prisa, todo el tiempo parecía importa muy poco. Era una noche tranquila para ellos.

La pareja se levantó para irse, y antes botaron los restos de comida en un tacho que estaba cerca de las mesas. Eran las nueve y media de la noche. Alcanzó a escuchar que ella le dijo al tipo que le acompañaba que iría un momento al baño. Cuando entraba casi se choca con una chica de cabello oscuro largo y grandes ojos cafés. Vestía una blusa blanca y un pantalón negro de tela. El muchacho cuando la reconoció se levantó y alzó la mano para que ella lo pudiera ver. Era la segunda vez que la veía, la primera fue en una fiesta, en la casa de un amigo de ella, a la que por casualidad él también llegó. Bajo las luces negras e intermitentes parecía una chica bonita, pero ahora bajo la luz del neón era la mujer más bella del universo, sus ojos se fijaron en él como y se quedaron sobre él como dos lagunas inquietas.

Era tarde, estaban lejos, pero no puedo evitarlo. No sabría cuando la volvería a ver, en el cine solo perdería la oportunidad de poder hablarle y conocerla más. Así que le preguntó si quería ver el mar.

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