jueves, 6 de marzo de 2008

La guerra de Charlie Wilson

Los gringos, cuando se hacen un examen de autoconciencia, se ponen la mano al pecho, y dicen, bueno pues, sí, la cagamos en Vietnam, la cagamos en Irak y antes en Afganistán, y en tantos otros lugares.

Pero sobre todo en Afganistán, donde demostraron que les importa un pepino el país que utilizan para luchar contra sus enemigos, simplemente los utiliza y luego se olvidan de ellos, hasta incluso puede luego invadirlos con el rollo ese que marca nuestro siglo: la búsqueda de armas nucleares, matar villanos antidemócratas y lo demás, que ya es historia.

La CIA, claro está, es el aparato que consigue hacer de EE.UU. el metiche internacional más grande. Quizás el panadero de la esquina sea un agente... hay que tener cuidado.

En los ochenta, la Unión Soviética invadió Afganistán y los afganos lucharon, con el apoyo secreto que el representante de Texas, Charlie Wilson, logró para ellos, a puro pulso, dentro del Congreso gringo. Estos hechos son los que inspiran la película y hace de esta una interesante cinta que se puede ver sin remordimientos muy grandes, si es que uno tiene la suficiente correa para soportar a Tom Hanks una vez más. Muy bien, la posición de EE.UU. sobre el mundo (y su vecindario) no ha cambiado mucho, y el planeta quizás ha dado un par de vueltas luego de eso. Pero lo que sí no cambió en absoluto fue el Medio Oriente, cuyo problema será el mismo de siempre desde hace siglos. La película de Mike Nichols (el mismo director de Closer) trata de hacer una comedia light de ese tema, con algo de moraleja para que la píldora pase como el lúpulo de Brahma.

De hecho, yo la vi porque ya no había otra cosa más que me llamara la atención aquella semana en el cine y porque Julia Roberts a cualquier hora y en cualquier lugar. Aparte que quería saber por qué mi pata Caputo se había ganado si segunda nominación al Óscar. Si la vas a ir a ver, algo te entretendrá. No es la gran cagada, pero ahí tiene su gracia.

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