viernes, 14 de marzo de 2008

Habló el viejo...

Lo peor de tener una buena idea para escribirla es tenerla en estado de hibernación y dejarla morir. Cuantas veces he escuchado tantos entusiasmados en ideas realmente buenas, que quizás podrían desempolvar un poco las letras alicaídas de al menos esta ciudad, que siempre deja qué desear.

–¡Somos más que esos huevones, carajo!

Ciertamente, pero él tiene a papi que le paga la edición y luego, claro está, se embolsa lo que la editorial pueda chorrearle. A ti, chibolo, solo te queda la felicidad de irte a la cama con tus quince minutos de fama.

Lo pensé en la presentación de un libro anoche, miércoles, mientras volvía a casa y dejaba a un buen amigo, mi gran amigo L6, y esta no es joda, carajo, pensando en otra idea que quizás, como esta que empiezo a acariciar, fatalmente puede acabar en el mismo mausoleo. Chupemos, hermanos, por su desgracia eterna. La 10E se volvió en mi templo de reflexión, pero esta fue interrumpida por una larga jornada de trabajo que me dejó poco entusiasmo para pensar y muy poco también para leer el libro de historia del siglo XX que compré en Argentina y que aún leo, sin fecha de retorno... Yo me entiendo.

Y hoy, gracias a un link que compartiré también aquí, lo seguí pensando, y dije: «¡Ah, no, carajo!». A mí no me seguirá pasando, por el puto padre (¿o debo decir por la puta madre?):

–¿El peruano no culmina? –En ninguna ciudad del mundo como en Lima hay tantas construcciones empezadas y que luego son abandonadas. Para mí eso es un poco el reflejo de la sensibilidad nacional. Después del esfuerzo inicial surge la inhibición, que es una falta de convicción que paraliza. Entonces, el Perú está lleno de peruanos que iban a ser escritores, y no fueron. Peruanos que iban ser pintores, y no fueron. Peruanos que iban a ser músicos, y no fueron. Peruanos que iban a ser extraordinarios abogados, y no fueron. ¿Por qué? Porque en el camino, como se inhibieron, perdieron el impulso, perdieron el entusiasmo. Los esfuerzos se congelan. Es una sensación que a mí me desmoraliza y me entristece muchísimo.


Bien, señores, ese fue el viejo Mario Vargas Llosa, odiado o amado, pero está en lo cierto. Y eso pese a quien le pese. La ciudad nuestra nos aplasta y no hay cómo sacudirnos de esos escombros que vienen generación tras generación para hundirnos cada vez más el mentón sobre el pecho horadado por un corazón que va perdiendo volumen y por un viente cada vez más convexo.

El entusiasmo a veces lo perdemos solamente viendo en los ojos de las personas que nos rodean. Parecerá que eso es facilista, pero eso –y es una pena– derrota ya a muchos peruanos. Y la envida, mucha envidia a ls que osan pensar más allá con ese algo más que muchos otros no tienen o perdieron. el entusiasmo, señores, de vivir, la osadía de hacerlo desnudos ante las balas, es el motor que siempre moverá hasta la rotativa de una modesta editorial.

Seré uno más de los que no quiere ser del montón, como dijo mi maestra Mafalda, no importa: la cosa es ser.

Foto: Caretas

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