viernes, 21 de marzo de 2008

El ocaso

El cielo venía con nubes desde el este, que parecían escoltar el río, aguas arriba. Ocho aves cruzan el cielo y se van rumbo al Rímac, una de ellas vuela un poco rezagada. Aún está azul detrás del cerro San Cristóbal. Hay luces que juegan sobre las nubes, pero por el otro lado el cielo está pintado de un color gris apretado, el ocaso solo es una leve tonalidad naranja sobre ellas, como si todo estuviera en brasas. La noche se aproxima con algunas tímidas gotas que caen sobre el asfalto.

Detrás del huerto municipal, baja un grupo de muchachos, buscando problemas en este lado de la falda del cerro. Aquí los están esperando, hay mucha gente parada en la esquina y la mayoría son jóvenes que no pasa los quince años. Ellos saben que buscan problemas, y se los van a dar, a pesar de que a muchos de ellos los están llamando sus madres y les gritan para que regresen a casa inmediatamente. No lo van a hacer.

La televisión se ha encargado de recordarles que siempre hay cuentas pendientes que se pueden cobrar…

* * *

Ella vivía en La Victoria, así que lo que pasó no le sorprendió. Pero sí la preocupó: tiene una sobrina de la misma edad. Tomó un sorbo más mientras miraba por la ventana. Creo que debemos irnos ya. Tongo cantaba en la tele, la gente ríe efusivamente. Deberían grabar un unplugged. Aún no, dijo. Yo me soltaba de piernas. Mucho tiempo hacía de eso. Ella aún lo tenía fresco en la memoria.

Si por mi hermana fuera, esa mocosa acabaría igual. Yo no lo hubiese dejado. Lo sé, M., lo sé. Y le dije que esta no será la última vez que pase, y no será la última vez que haya un circo mediático que se encargue de hacerles recordar a todos que la tele y la prensa son las ventanas para que ellos parezcan más peligrosos, agigantados, presentados como los demonios de las zonas suburbanas. A nadie le importa que queden estigmatizados. Total, son los quince minutos de fama.

En ese lugar alguna vez pasará algo, me decía. Todos los fines de semana están ahí sin control, pasa de todo y los vecinos intranquilos y la policía de brazos cruzados. Un día de estos matarán a alguien. No ve tele, nunca lo hizo, pero ella vive a pocas cuadras de 28 de Julio. Escuchó las ráfagas, entró al cuarto de su sobrina y la abrazó.

* * *

La china Carmen llamaba a sus hijos. Subí al techo y vi al grupo que rodeaba el huerto para entrar a la calle donde los esperaban. Los chicos no se movían de ahí. Uno muy cerca al grupo que bajaba sacó un celular y le dijo a otro que el grupo venían con armas. Aquí también las hay. La china Carmen carajeaba, se calzó para ir a traer a sus hijos.

La última vez que hubo una pelea así hubo un muerto, que fue encontrado horas después. Lo habían acuchillado. Ahora había plomo. ¡Plomo! Se escuchó un grito; la china Carmen empezó a correr. Cuando uno es espectador qué puede hacer. Mucho: alguien llamó a la policía, que por suerte llegó, cuando muchas veces “no tienen para la gasolina”. Uno de los muchachos que está llegando es el hijo del primo de uno de los suboficiales de la comisaría.

Lo peor no ha pasado, pero las “cuentas” seguirán sin ser saldadas. El ocaso viene a cubrir el cielo. La lluvia seguirá un momento más.

Foto: La República.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada bueno se puede esperar al involucrarse en una pandilla,¿acaso Maryori no lo sabia? y despues de esta tragedia, todo el mundo se pregunta, ¿y dónde están los padres? El conflicto entre pandillas, los "ajustes de cuentas" parecen de nunca acabar, ¿por qué resulta tan dificil erradicarlas? preguntas sin respuesta, ni solución.